lunes, 3 de diciembre de 2012

El Camino del Tabaco

  •  Título: El camino del tabaco.
  • Título original: Tobacco Road.
  • Autor: Erskine Caldwell (1903-1987).
  • Año de publicación: 1932.
  • Edición: Alba, Barcelona, 1997, 190 págs
  • Traductor: Horacio Vázquez Rial[1]

 

La acción de esta novela transcurre en el profundo Sur de los Estados Unidos, en concreto en la zona meridional de Georgia. Está protagonizada por la familia Lester, la cual se encuentra sumida no sólo en la más cruel miseria material sino también en la indigencia intelectual y moral. A mediados del siglo XIX, los Lester eran dueños de una gran plantación que, con el paso del tiempo, se irá mermando debido a la necesidad de conseguir fondos para hacer frente a los cada vez más acuciantes impuestos. Cuando Jeeter, el padre y cabeza de familia, heredó de su padre la plantación, las deudas de la propiedad eran tales que fue embargada, convirtiéndose los Lester en arrendatarios del capitán John, el nuevo comprador. A todo esto, a causa de haber estado consagrada durante años y años al cultivo del algodón, la tierra se hallaba tan agotada que apenas rendía. Por si esto no fuera suficiente, la implacable lógica del progreso tecnológico hizo que las hilanderías prescindieran del algodón y lo sustituyeran por fibras más rentables, provocando que los plantadores como el capitán John abandonaran los campos para instalarse en la ciudad, dejando desprotegidos a sus pequeños arrendatarios, como los Lester, a quienes se les empezó a negar el crédito necesario para comprar una mula y las semillas imprescindibles para seguir cultivando algodón. Finalmente, ni tan siquiera se les facilitó el crédito con el que  adquirir los alimentos más básicos.   

Al comienzo de la novela, el núcleo familiar de los Lester, esto es, los miembros de la familia que aún habitan en la plantación, son el matrimonio formado por Jeeter y Ada, dos de sus hijos, Dude y Ellie May, el primero "un tanto retrasado" y la segunda marcada físicamente por un labio leporino que ahuyenta a los hombres;. y, finalmente, la madre de jeeter. Además, los Lester tienen otros diez hijos que se habían ido desgajando poco a poco del tronco familiar; en algunos casos, de la manera  tan primaria y mecánica como ciertas bestias se separan de su manada. Ninguno retorna al hogar; y el desarraigo familiar alcanza tales proporciones que mientras, por un lado, los padres no son capaces de recordar los nombres de algunos de sus hijos, por el otro, Tom, quien con su aserradero ha alcanzado cierta prosperidad, se niega a auxiliar a sus padres, recomendándoles que busquen refugio en un asilo   

Los personajes que pueblan El camino del tabaco parecen estar más próximos a las creaciones artísticas de un Faulkner que a las de un Steimbeck: o lo que es lo mismo, son más deudoras de la filosofía del hombre que impregna las obras de Zola que de la que se recoge en los textos de Balzac, Galdós o Tolstoi. Cuestión aparte es el hecho de que el estilo narrativo empleado por  Zola diste más de Faulkner que de Balzac. Y es que todos ellos se dejan arrastrar de continuo por sentimientos mezquinos y primarios, siendo incapaces de atenerse a una planificación racional de sus vidas. Con esta idea de hombre que aproxima al ser humano a lo meramente animal y lo aleja de la concepción del animal político postulada por Aristóteles, Caldwell consigue que el lector se distancie de los personajes y el cúmulo de desdichas que los aqueja.

Un sucinto repaso por alguno de los protagonistas de esta novela aclarará la tesis que acabamos de exponer.

Pese a que se nos presentan los esfuerzos que Jeeter el padre, emprende para poder hacerse con las semillas necesarias para recoger una buena cosecha de algodón, el narrador, al principio del capítulo VII, expresa con gran elocuencia la abulia y el fatalismo que inmovilizan a este personaje:

 

"Jeeter siempre tenía bien pensado lo que iba a hacer, pero por una cosa o por otra jamás lo llevaba a la práctica. Los días pasaban rápidamente y era mucho más cómodo dejar todo para mañana, y cuando llegaba ese día, aplazar invariablemente lo que se hubiese decidido para una ocasión más conveniente. Durante toda su vida había sido igual pero eso no quitaba que ahora se sintiera nuevamente dispuesto a quemar las malezas y arar la tierra para cultivar algodón." (pág. 67).  

 

A modo de excusa de su actitud abúlica, Jeeter recurre a un cierto providencialismo fatalista. Así, para justificar su negativa a trasladarse a la ciudad de Augusta a trabajar en las hilanderías, razona del siguiente modo:

 

"La vida de la ciudad no fue dispuesta por Dios (…..). Nunca fue ordenado que un hombre que huele a campo vaya a vivir a una hilandería de Augusta. Puede ser que esté bien para algunos, pero dios nunca dispuso que yo lo hiciera: desde el principio me puso en la tierra y no voy a salir de ella" (págs 74-75).

 

Cuando viaja a la ciudad en compañía de su hijo Dude y de su nuera para vender leña, en lugar de ahorrar el poco dinero que han conseguido de la venta de la rueda de repuesto del coche, lo invierte en pernoctar en un hotel, sólo por el hecho de darse una vez en la vida semejante placer.

La anciana "mamá Lester", que sobrevive a pesar de hallarse consumida por la pelagra, es tratada como si fuera un objeto inservible: la apartan a empujones, la alimentan a base de cortezas de queso y tocino, Jeeter,  su hijo, es hostil con ella por no haberse muerto etc. Cuando, en un arranque de furia, Dude, su nieto, la aplasta con el coche, tiene lugar una de las escenas más crudas de la novela:

 

"Cuando la nube de tierra alzada por el coche se disipó, Ada y Jeeter volvieron al patio. La abuela seguía tendida en la arena con la cara destrozada (…..)

-¿Está muerta ya? – preguntó Ada mirando a Jeeter – No se queja y no se mueve y no creo que viva con la cara toda aplastada.

Jeeter no le contestó, pues el enfado contra Bessie le dominaba hasta el punto de impedirle ocuparse de cualquier otra cosa. Echó otra mirada a la abuela y luego atravesó el patio dirigiéndose a la parte de atrás de la casa" (pág. 173).

 

Pero el personaje más histriónico de la novela es, quizá, la hermana Bessie, viuda de unos cuarenta años que destaca por lo deforme de su nariz. Se trata de una fanática predicadora que pregona una religión de la que ella es la única pastora. Bessie se encapricha de Dude que tan sólo tiene dieciséis años. Para ganarse al chico, se gasta todo el capital de que dispone, unos ochocientos dólares procedentes de su difunto marido, en un coche, vehículo que Dude se encargará de ir destartalando poco a poco. En un episodio digno del Kafka más genuino, Bessie es sacada de la habitación que en el hotel de Augusta comparte con su esposo y con Jeeter y llevada de dormitorio en dormitorio.

Dude se nos presenta como un chico retrasado entre cuyas mayores pasiones está el conducir de manera alocada, básicamente, por el mero placer de tocar la bocina,  y tirar inoportunamente una pelota de béisbol contra la casa. En una de sus aventuras automovilísticas, mata a un negro, incidente que para los Lester no rebasa los límites de la simple anécdota. El lector podrá apreciar cómo Dude, al final de la novela, se dispone a seguir los pasos de su padre, quedando así la duda de si se halla realmente muy por debajo del promedio intelectual de la mayoría de los miembros de su familia; o lo que es peor: la sensación de que éstos apenas le superan en lo que a capacidad intelectual se refiere,

El camino del tabaco es una dura crítica, sobre todo, de la pobreza existente entre la gente del campo del Sur estadounidense y, aunque de manera más indirecta, del racismo y del machismo reinante por aquellos lugares en la primera mitad del período de entreguerras, tema éste último al que apenas  hemos hecho referencia, pero del que el lector se podrá percatar fácilmente. El problema está en que los protagonistas se aproximan hasta tal punto a lo grotesco que se resiente nuestra credibilidad en ellos en tanto seres humanos. Nos queda la duda de si los seres creados por Caldwell responden a unas transitorias, aunque duraderas y profundas, circunstancias de injusticia social o si, más bien, son concebidos como un reflejo de la condición humana en general.

En 1941, John Ford dirigió una versión cinematográfica de El camino del tabaco en la que quedan bien patentes los elementos esenciales de la crítica social de la novela, pese a que la trama experimenta una apreciable variación y a que los acontecimientos más crudos son soslayados o suprimidos



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1] Editorial Navona, que en los últimos años ha publicado varias de las más conocidas novelas de Caldwell, editó en 2008 El camino del tabaco, edición que incluye la traducción de Horacio Vázquez Rial, el cual, además, forma el prólogo.

martes, 16 de octubre de 2012

La Piqueta

  • Título: La piqueta
  • Autor: Antonio Ferres (n 1924)
  • Año de publicación: 1959
  • Edición: Viamonte, Madrid 2002. 227 págs.

 

Entre la constelación de novelas que a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta se propusieron reflejar los principales problemas de la sociedad española del momento, La piqueta destaca por su talante decididamente crítico. El tema central que aborda esta obra es la dificultad de muchas familias para acceder no ya a una vivienda digna sino, simplemente, a una mísera chabola. Este problema constituye el núcleo de otras novelas escritas por aquellos años como, por ejemplo, En plazo, de Fernando Ávalos o La patria y el pan, de Ramón Nieto.

Nos narra la historia de una familia de emigrantes andaluces que se instalan en una chabola en la zona del barrio madrileño de Orcasitas, construcción que deberá ser derribada por haber sido levantada ilegalmente. La trama principal se va alternando con dos historial que, si bien se presentan como paralelas, terminan integrándose en ella: por un lado, la historia de amor que se entabla entre la todavía adolescente Maruja, la hija mayor del matrimonio de emigrantes cuya chabola está previsto sea derribada, y Luis, un mecánico algo mayor que ella; y, por el otro, las andanzas de tres señoritos, López, Jesús y Hernando, que trabajan como técnicos en una fábrica de bombillas en la que trabaja Juana, una vecina de Maruja, que es seducida por uno de ellos.

Como es muy común en este tipo de novelas que se proponen denunciar la injusticia social y, sobre todo, si corresponden a la primera mitad del siglo XX, los personajes están moldeados conforme a una ideología bastante predecible, pues son tipos, esto es, condensan los rasgos más característicos de determinadas clases o grupos sociales.. Así, Andrés, el padre, que desde un pueblo de Cáceres, probablemente de las Hurdes, emigró a Jaén, en donde conoció a su mujer, es un obrero no cualificado que si bien, al principio, ante el anuncio del desahucio, responde de manera optimista, finalmente, busca refugio en el alcohol y se deja arrastrar por la desesperación. Luis, obrero cualificado, es el personaje más positivo de la novela ya que, lejos de dejarse llevar por el desánimo, se pone en contacto con los padres de Maruja con la finalidad de disipar las reservas que éstos guardan hacia él y se responsabiliza de la chica, El polo opuesto está representado por los tres señoritos que para evadirse del hastío que preside sus vidas, se dirigen a los barrios bajos en busca de jovencitas a las que seducir, para deshacerse de ellas una vez satisfechos sus impulsos sexuales más superficiales.

Pero no nos engañemos, Ferres tan sólo nos deja algún que otro resquicio para la esperanza, ya que la mayoría de los personajes, pese a mostrar su indignación por el inminente derribo, a la hora de la verdad responden con un no menos indignante quietismo. Y es que no sólo se ven impotentes para emprender acciones colectivas, sino que, además, por lo general, ni tan siquiera son capaces de poner en práctica las pocas conductas individuales de generosidad que están en sus manos; así salvo la excepción que confirma la regla, los compañeros de Andrés, que se habían propuesto impedir el derribo, no hacen acto de presencia; y Remigio, un vecino que dispone de una importante suma de dinero ahorrada, cuando llega la piqueta, se refugia en su casa cerrando puertas y ventanas, en un intento de negar la realidad circundante.

Maruja es a nuestro juicio el personaje más logrado, debido a que la configuración de su carácter es la más acabada y, sobre todo, a la humanidad con la que refleja la perplejidad ante la gran ciudad que aqueja al emigrante sin recursos. Ella ha de sortear el cortejo indecente del grupo de señoritos, uno de los cuales le ofrece un trabajo a cambio de ciertos favores; o la xenofobia de alguno de sus vecinos: "Algunos dicen que los de los pueblos habéis llegao a comernos el pan" (pág. 51). Hasta las cosas relativamente menos importantes le suponían un considerable esfuerzo:

"Le ahogaba pensar en el baile. Algunas veces todo se le antojaba como lleno de dificultades, de trabajos. Pensó que para el domingo próximo sólo tenía la blusa que le dieron en la parroquia del pueblo hacía dos años, pero que le valía aún" (pág. 57)

La piqueta es un valioso documento crítico-social traducido en arte. Además de mostrarnos la implacable dinámica social que obliga a los jornaleros de las zonas más meridionales, que sólo tienen trabajo en época de recolección, a trasladarse a las grandes ciudades, en las que su escasísima cualificación profesional tan sólo les permite malvivir, pone de manifiesto las añadidas dificultades que se ciernen sobre la mujer, lo cual queda ejemplificado por la proposición de empleo que López oferta a Maruja y el ambarazo de Juana..

Destaquemos igualmente el acierto en la plasmación del lenguaje y ambientes de las clases bajas Especialmente tangibles resultan las descripciones de ese peculiar espacio en el que se entreveran lo urbano y lo rural:

"El campo brillaba con la mañana de primavera. Era esa mezcla de campo y de pueblo; el escampao revuelto de casuchas. Las posibles calles caían en cuestas suaves. Las paredes parecían más rojas o más blancas a la luz del día; algunas enseñaban los agujeros de sus ladrillos huecos, las celdillas, porque no estaban revocadas y parecían panales de miel, colmenas abiertas" (pág. 50).

"Se notaba el olor podrido del cieno. Un arroyo de aguas turbias pasaba por en medio del prado, venía de las cloacas de la carretera de Toledo y daba vida a la hierba diminuta, provocaba la fermentación de la tierra. Así se había formado aquel campo" (pág. 76)

Javier Alfaya, en la introducción que escribió para la edición de Viamonte, sugiere una lectura política de La piqueta, pues los episodios de exclusión social no aparecen como consecuencia de un destino inexorable sino como el resultado de un cierto orden político. Claro que se trata de un mensaje muy implícito. Todo parece indicar que los vecinos que padecen la pobreza son perdedores de la guerra civil: así, hablando de la guerra, un niño le dice a otro "Mi padre era capitán" (pág. 219).

De este modo, la piqueta cuya sombra se cierne sobre la chabola de Andrés y su familia podría interpretarse como un símbolo no sólo de la opresión sobre las clases más desfavorecidas sino también de la continua represión de la dictadura franquista. Frente a ella, la pasividad de la mayoría de la sociedad que prefiere centrar su atención en pequeños detalles, cerrando los ojos ante lo que verdaderamente importa. Ejemplificando esta actitud de indiferencia, quienes asisten al anunciado derribo optan por detenerse en sus propios pensamientos o por dirigir una mirada morbosa al fontanero que aprovecha la confusión para propasarse con la mujer que tiene más a mano, y los guardias que representan el orden establecido mantienen una conducta en cierto modo análoga pues:

"(…..) Con las caras serias, vacías, atendiendo perezosamente a las pequeñas cosas, a las botas, a los puntos de mira de los fusiles, a la molestia del calor rezumando debajo del charol de los tricornios" (pág. 221)

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 27 de septiembre de 2012

Una vida anónima

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  • Autor: Julián Zugazagoitia (1899-1940)

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  • Título: Una vida anónima.

  • Año de publicación: 1927.

  • Editorial: Javier Morata, Madrid

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    Más o menos de manera paralela a la producción artística anterior a la Guerra civil española de los poetas de la generación del 27, tuvo lugar un cierto florecimiento de la novela social. El más conocido de estos novelistas preocupados por los problemas sociales quizá sea el aragonés Ramón J. Sender; otros cultivadores de menor fama son César Arconada, Joaquín Arderius, Andrés Carranque de Ríos Julián Zugazagoitia y José Díaz Fernández, quien en su libro El nuevo romanticismo puso las bases teóricas para la cimentación de toda una estética comprometida con la causa de la justicia social. Díaz Fernández  le pide al escritor que produzca obras literarias que a un mismo tiempo sean de elevada calidad estética y estén decididamente comprometidas con el movimiento emancipador liderado por campesinos y obreros, y critica la estética "escapista" inspirada en José Ortega y Gasset. El resumen que de estas novelas hace Pablo Gil Casado nos puede servir para tener una idea más precisa de este movimiento: "Como consecuencia, la nueva literatura social aparece llena de ardor combativo y de un fuerte tono de denuncia y protesta. La novela se humaniza intensamente y, en conjunto, tiende al realismo, aunque la nueva concepción del arte impone ciertos límites al realismo, principalmente la tendencia a hacer de la masa el personaje principal, suprimiendo al protagonista, la falta de concreción en los conflictos sociales que se reemplaza por la disertación partidista y el odio al mundo burgués" (Gil Casado Pablo: La novela social en España, Barcelona, Seix Barral, pág. 96, 1968-1975.

    Los críticos coinciden en que no todas estas novelas sociales de la década anterior a la Guerra civil responden a los criterios estipulados por Díaz Fernández; por ejemplo, en Una vida anónima, se encuentran de manera bastante atenuada por elementos de la novela sentimental y psicológica.

    La peripecia vital de Zugazagoitia estuvo, desde un principio, intensamente marcada por  el Partido Socialista Obrero Español, a cuyas juventudes se afilió en 1914, con tan sólo 15 años. Durante la II República ocupó cargos en el ayuntamiento de Bilbao y fue diputado por Badajoz .Entre 1937 y 1938, fue ministro de Gobernación con Juan Negrín. Tras la contienda se trasladó a París, donde fue secuestrado por agentes franquistas con la ayuda de las autoridades francesas. Llevado a España, se le fusiló en una de las tapias del cementerio de la Almudena en noviembre de 1940. Llevó a cabo una importante labor periodística en publicaciones como La lucha de clases, El Liberal, de Bilbao o El socialista de Madrid.

    Entre la producción literaria de Zugazagoitia destacan las biografías de tendencia novelesca de Pablo Iglesias y el intelectual socialista vasco Tomás Meabe y las novelas Una vida anónima, que forma con las anteriores una trilogía titulada Trilogía de los hombres, El botín, El asalto y la hasta hace poco inédita Los trabajos clandestinos. Estas últimas obras forman una segunda trilogía.[1]

    Una vida anónima está construida a partir del hallazgo de un manuscrito a cuyo autor, que no desea desvelar su verdadera identidad, se le da el nombre ficticio de Fermín Olarte. Olarte, el protagonista indiscutible de esta novela, es un obrero metalúrgico, activamente comprometido con el Partido socialista, que trabaja en los Altos Hornos de Vizcaya, En primera persona y en un estilo sencillo, nos va transmitiendo sus experiencias  en el trabajo, en las labores de organizador sindical y del partido, en el ámbito familiar e, incluso, como lector. No se trata de un mero registro de hecho, ya que, en todo momento, nos ofrece su punto de vista. Y es que esta narración supone el reflejo del titánico esfuerzo que su protagoniza hace por integrar lo público y lo privado. Para él, ser socialista no implica tan sólo la adhesión a un partido y un sindicato concretos sino toda una actitud ante la vida en general, un continuo ejercicio de autoexamen y superación ética. Es precisamente en esta tensión donde, a nuestro juicio, reside el mayor valor estético-literario de Una vida anónima.

    Al principio de la novela, Fermín tiene asimilada la idea marxista de que el trabajo es la esencia del hombre hasta tal punto que no se deja desmoralizar por las muchas circunstancias que concurren para que el trabajador se sienta alienado y se considere como una bestia donde debiera sentirse plenamente humano:

    "Hay días en que el trabajo, lejos de ser un castigo, como pretende la Biblia, es un goce.  Es fácil saber cuándo la labor es castigo y cuándo es regalo. Depende de la atención que pongamos en el tiempo. Si nuestros ojos siguen a las manecillas del reloj; si nos desinteresamos de ellas y clavamos la atención en las dificultades de nuestra obra, entonces la labor es un regalo. Mi atención estos días está atenazada por los problemas de la pieza que me corresponde fundir. Vivo un poco en ella y vibro fuera de mis manos en la espátula, en el gancho en la paleta (……). Mi labor escapa a la jurisdicción de la fábrica; mientras está en ella es mía, sólo mía" (Una vida anónima págs 34-35)

    El blanco central de estas reflexiones lo conforman la idea bíblica del trabajo como castigo y, sobre todo, los anarquistas, frente a quienes hace una llamada a la moderación y defiende la necesidad de ciertos aspectos materiales e ideológicos del orden establecido. Así, una vez instalado en París, una de las actitudes que más admira en el movimiento obrero francés es su honradez profesional, esto es, la disciplina y el empeño en condenar al ostracismo a los técnicos inútiles y perezosos. Y es que Fermín Olarte tiene muy claro que es preciso que cada obrero se entregue por completo a la creación de capital. Ahora bien, es igualmente su deber luchar para que los beneficios de dicho capital no se queden en manos de las élites capitalistas sino que beneficien al conjunto de la sociedad:

    "(…..) pero nadie, por ahora, cae en la niñería de confundir la riqueza con el rico; el capital con el capitalista. El enemigo tiene los contornos precisos, la silueta reforzada para blancos certeros. El enemigo es el capitalista. Se busca su pecho. La pólvora no rozará, salvo excepciones, descontados los momentos de violencia ciega, el flanco de la riqueza, cuya posesión se disputa. Estas  ideas, comunes a los trabajadores organizados, aclaran ese continuo desplazarse hacia los bulevares, fuera del área de las fábricas, que tienen en París los movimientos iracundos de los obreros."(pág. 158).

    Cuando se presenta la necesidad de la huelga, Olarte se muestra muy reticente, pues entiende que se trata de un procedimiento al que recurrir sólo en última instancia y siempre y cuando cuente con un fuerte apoyo popular. Finalmente, ante la negativa de los patronos a mejores los cada vez más paupérrimos salarios de los obreros, la huelga estalla y participa en ella de manera muy activa. Se trata de la huelga metalúrgica del verano de 1916, en la que en un enfrentamiento con las fuerzas del orden, fallece el obrero Cipriano García, al cual se le hace un homenaje en el cementerio de Sestao en el que tuvo lugar una emotiva intervención de Indalecio Prieto. Tanto Cipriano García como Prieto figuran con sus verdaderos nombres en la novela.

    Pero las energías sociales y cívicas del protagonista  se ven frustradas por una serie de fantasmas, de los cuales los más determinantes son la falta de entendimiento con su esposa y la salud. Y es que, para él, la familia es un elemento fundamental en la construcción del paraíso socialista. Es muy interesante la función que, en este contexto, otorga a la mujer y al movimiento feminista, pues es muy deudora de la concepción decimonónica y dickensiana de la esposa como el ángel del hogar. No tiene desperdicio el fragmento que insertamos a continuación en el que Olarte condensa lo esencial de lo que denomina "socialismo de cocina".

    "Practica – Olarte se está refiriendo a María Marta, esposa de un amigo - un socialismo ignorado, un socialismo que yo llamo de cocina. El mejor en la mujer. Consiste en robustecer la fe del marido, en mantenerle alegre en los días de  desánimo, que son muchos, y en participar de su alegría en las horas de triunfo, dedicadas a la cordialidad. Es un socialismo, ese que llamo de cocina, de abnegaciones y de sacrificios, callado y oscuro. En la cocina, además, se crían nuestros hijos. Es necesario pues que en ella haya un poco de poesía que sólo la mujer, nuestra compañera, cuando es inteligente, fina, puede llegar a poner. El sentimiento de rebeldía puede empezar por un cuento (…..). Ninguna literatura llega a los niños tan rápidamente como una fantasía, un cantar de su madre".

    Este párrafo deja claro que Olarte, y por tanto, Zugazagoitia, entiende que el socialismo no se debe quedar en una ideología meramente economicista, sino que ha de construir una mitología, esto es, una serie de fórmulas que apelen a los sentimientos y a la sensibilidad.

     

    La figura del protagonista, demasiado abrumado por sus problemas personales, hace que los demás personajes, por lo general, se nos presenten un tanto desdibujados y, en algunos casos, parezcan meras creaciones ad hoc, introducidas para fortalecer la línea ideológica del autor. Ese es el caso, por ejemplo, de García, anarquista moderado, con el que Olarte entabla amistad en París y con quien mantiene conversaciones interesantes y aleccionadoras sobre aspectos como la revolución rusa y la violencia revolucionaria. Es también digno de mención Don Alberto, el ingeniero de la fábrica bilbaína en la que trabaja Olarte, el cual en un intento por empatizar con los obreros se declara socialista. Fermín no cree en su socialismo, pero valora positivamente el talante abierto hacia los trabajadores que caracteriza a este personaje.

     

    Por cierto, José María Villarias Zugazagoitia sostiene que Fermín Olarte al final de la novela se termina convirtiendo en el alter ego de Pablo Iglesias:. "pues su diario recoge los últimos sentimientos y etapas vitales de El abuelo,  fecha de muerte incluida (9 de diciembre), (…..) destacando el amor paterno hacia el hijo que tuvo con su primera esposa; la vida sentimental con su segunda mujer" (…..) (Prólogo a El botín, de Julián Zugazagoitia, Madrid, Viamonte, 2004, págs 13-14).

     

    Una vida anónima nos ofrece otros aspectos que nos parecen también interesantes como la crítica que hace a la indefensión en la que se encuentran los ciudadanos sin recursos económicos ante la enfermedad, incluso en un país más avanzado en la conquista de los derechos sociales como es Francia;  las dudas religiosas que aquejan al protagonista o la visita de éste al colegio de ciegos y sordomudos de Deusto para acompañar a su hermano invidente.

     


    [1] Tanto El botín como El asalto y Los trabajos clandestinos han sido publicadas por Viamonte; las dos primeras en 2004 y la última en 2005.

    sábado, 11 de agosto de 2012

    Cacao

     

    • Título: Cacao
    • Título original: Cacau
    • Autor: Jorge Amado (1912-2001)
    • Año de publicación: 1933
    • Edición: Alianza Editorial, Madrid, 2ª reimpresión, 1995, 138 págs.
    • Traducción: Estela Dos Santos.

     

    Las novelas escritas por el brasileño Jorge Amado a lo largo de las primeras décadas de su trayectoria literaria están fuertemente marcadas por el compromiso social y político. En ellas se nos pone de manifiesto muchas de las diversas formas de desigualdad y exclusión social existentes en el Brasil de la primera mitad del siglo XX. Este compromiso no se ciñe sólo a la plasmación literaria ya que Amado,  desde muy pronto,  empezó a militar en el partido comunista, militancia que le condujo en varias ocasiones al exilio.

    Cacao está escrito en primera persona. El narrador es José Cordeiro, quien, desde su posición de tipógrafo comprometido con el socialismo y la lucha de clases,  evoca aspectos de su vida tales como la infancia y, sobre todo, el descenso a los infiernos, representado aquí por su estancia en la Plantación Fraternidad, la hacienda de Don Misael Frajelo, el rey del cacao. En concreto, esta novela cuya acción transcurre a principios de los años treinta de la pasada centuria, es, ante todo, una crítica de la explotación existente en las plantaciones  de Cacao del sur de Bahía, en donde "el hombre no era más que un complemento del cacao".

    Casi al final del libro, Cordeiro nos dice que su objetivo no es escribir una novela al uso sino presentar al lector la vida de los trabajadores del cacao, aunque reconoce que en el relato se le coló alguna anécdota personal, como su relación amorosa con María, la hija del rey del Cacao. El lector juzgará si las relaciones que se entablan entre estos dos personajes son meramente anecdóticas o por el contrario indican aspectos más íntimamente ligados al objetivo esencial de la novela.

    Pese a que, como muy bien reconoce Cordeiro, esta no es una novela con una trama muy articulada, lo cierto es que está escrita desde una ideología muy clara que condiciona fuertemente la configuración de los personajes, los cuales están elaborados conforme a un cierto maniqueismo, pues, por lo general, los vicios se reparten entre las clases superiores (empresarios, magnates de la prensa y de las revistas literarias etc) y las virtudes entre los de abajo (campesinos vagabundos, bandoleros, prostitutas etc, siendo los capataces incapaces de adquirir conciencia de clase, quizá, quienes aparecen como más despreciables.

    Entre los personajes más planos y predecibles se encuentran Misael Frajelo, paradigma de hacendado explotador y sin escrúpulos, Arlinda, su cínica esposa y Osorio, joven parásito entre cuyos pasatiempos preferidos está la seducción de jóvenes campesinas a las que abandona a las primeras de cambio, abocándolas, frecuentemente, a la prostitución e incluso al suicidio. Configurada con alguna arista más, nos encontramos con María, la hija de don Frajelo, a la que el lirismo del narrador funde con el paisaje: "El cabello rubio de María recordaba el oro de los cocos maduros del cacao" y "No sé si fue sólo ilusión, pero el gusto de los labios de María me recordaba el gusto prohibido de la miel de los carozos de Cacao" (págs 136 y 137). María tiene ciertas ambiciones literarias; en sus poemas  distorsiona la realidad hasta el punto de presentarnos a los trabajadores del cacao como seres que viven en un mundo idílico.

    Los personajes pertenecientes a los grupos sociales más desfavorecidos, fundamentalmente, trabajadores del Cacao y prostitutas, tienen un perfil más poliédrico. Entre ellos destacan el enamorado guitarrista Colodino y Honorio, matarife que no duda en liquidar a aquellos hombres que crean dificultades a don Frajelo hasta que surge una seria disputa entre Colodino y Osorio motivada por la bella Magnolia.  

    Cuando José Cordeiro llega a la plantación Fraternidad todas estas gentes viven sin apenas esperanza de ningún tipo, elevando poco menos que al rango de condición inherente a la especie humana, la situación de semiesclavitud y cosificación que padecen:

     

    "Nadie se quejaba. Todo estaba bien. Vivimos casi al margen del mundo y nuestra miseria no le importaba a nadie. Se vivía por vivir. Muy lejana se entreveía la idea de que las cosas podían cambiar. Cómo, no lo sabíamos. No todos podíamos ser patrones. Entre mil, apenas se podía enriquecer uno (pág. 48).

     

    Mención especial merece la ternura con la que el autor se aproxima al mundo de la prostitución de cuya existencia no titubea en hacer responsable al injusto sistema social. Y es que, en la calle del barro y sitios semejantes, no sólo recalan las mujeres seducidas y abandonadas sino también hijas y esposas de trabajadores fallecidos bien por muerte natural o bien por accidente laboral.

    Como lo muestra el fragmento que insertamos a continuación,  el llamamiento a la conciencia de clase que preside esta obra no excluya a las trabajadoras del sexo:

     

    "Pobres mujeres que lloran, rezan y se emborrachan en la calle del Barro. Pobres obreras del sexo. ¿Cuándo llegará el día de vuestra liberación?

    Cuántos manantiales de cariños perdidos, cuántas buenas madres y buenas labradoras. Pobres de vosotras a quienes las señoras casadas no reconocen ni siquiera el derecho al reino de los cielos. Pero los ricos no se avergüenzan de la prostitución. Se contentan con despreciar a las infelices. Se olvidan de que fueron ellos quienes las mandaron allí. Me quedo pensando en el día en el que la calle del Barro, se levante, destroce las imágenes de los santos, arrase con las cocinas de los ricos. Ese día hasta hijos van a poder tener" (pág. 66.

     

     Digamos también que, para el lector no brasileño, esta novela, al igual que otras del autor, tiene enorme interés por sus referencias costumbristas y la proliferación de vocabulario que alude a elementos autóctonos como cultos religiosos, plantas, animales, frutas, platos cocinados etc

     

     

     

    jueves, 7 de junio de 2012

    Resurrección

     

    • Título: Resurrección
    • Autor; Leon Tolstoi (1828-1919).
    • Año de publicación: 1899
    • Editorial Pre-textos, Valencia, 1999.

     

    En muchas de las grandes novelas de amor, la historia amorosa propiamente dicha es un reflejo directo del destino de todo un pueblo. Este es el caso de Resurrección, obra escrita por el conde ruso León Tolstoi, autor de novelas que como Guerra y Paz y Ana Karenina se cuentan entre los grandes hitos de la literatura universal.

    Para comprender debidamente esta apasionante novela es preciso que nos remontemos a la Rusia de la segunda mitad del siglo XIX - en concreto  los acontecimientos narrados en Resurrección se sitúan en los años ochenta de esta centuria -, un territorio que, tanto económica como políticamente, se encontraba muy por detrás de los países más avanzados de la Europa occidental. Así, mientras en Francia y en Inglaterra aumentaban las fuerzas de quienes reclamaban la necesidad de los derechos sociales que con el paso del tiempo se convertirían en pilares del Estado del bienestar, en la Rusia de los zares apenas si existían los llamados derechos individuales, es decir, derechos como el de la libertad de asociación y de expresión, el derecho a un juicio justo, etc. Para que nos podamos formar una idea adecuada de esta situación, digamos que los campesinos estuvieron  reducidos a la condición de siervos hasta un Decreto de 1861 y que, a partir de este Decreto, en la práctica, siguieron sometidos a la nobleza terrateniente a causa de sus escasísimos recursos económicos. Pero, en este clima tan adverso, floreció una rica actividad intelectual; por ceñirnos al ámbito de la literatura, recordemos que, además de Tolstoi, destacaron figuras de la talla de Puschkin Dostoievski, Turgueniev y Chejov.

    En Resurrección Tolstoi nos narra los esfuerzos del príncipe Nejliúdov por liberar a la joven Katherina Maslova, quien había sido condenada injustamente a trabajos forzados  en Siberia por haber tomado parte en un asesinato. Ella, cuando trabajaba como criada en casa de unas tías de Nejliúdov había sido seducida por éste, quien, tras haberla dejado embarazada, la abandona a su suerte. A partir de aquí, la Maslova deja la casa después de una disputa con sus señoras, comenzando así para ella un penoso periplo: en la primera casa en la que encuentra empleo sufre el acoso del cabeza de familia; después fallece su hijo, nada más nacer; finalmente, debido a la miseria material a la que se ve abocada, se dedica de lleno a la prostitución, viéndose fatalmente envuelta en la muerte de uno de sus clientes. La casualidad hace que Nejliúdov se encuentre entre los componentes del jurado encargado de juzgar a la joven. Éste la reconoce de inmediato y toma conciencia de la vileza con que se había comportado con ella.

    Entonces, impelido por el recuerdo de su antiguo amor y por el remordimiento, Nejliúdov  despliega todo un ingente caudal de energía con la finalidad de que se revise la causa de su amada. Como todos sus esfuerzos fracasan, eleva una petición de amparo al emperador a la par que acompaña a la Maslova hasta Siberia, ofreciéndole el matrimonio, sacrificio que ella rechaza.

    Pero el relato no se detiene en la plasmación de las relaciones entre el príncipe y Katherina, pues, por mediación de ésta o incluso de una manera más directa, Nejliúdov gradualmente se irá informando de las peripecias personales de otros condenados y, por extensión, de la peripecia colectiva del proletariado urbano y del campesinado de su país, llegando a la conclusión de que los responsables de la mayor parte de los delitos cometidos por estos prisioneros son los miembros de la aristocracia, clase a la que él pertenece, los cuales vivían en la opulencia y se aprovechaban del sudor de las clases inferiores. De la Maslova se enamora Simonson, un preso político, hecho que provoca en Nejliúdov un cierto sentimiento de celos que se esfuerza por superar.

    Y es que Nejliúdov ha emprendido un viaje que no es sólo geográfico sino también espiritual y, por tanto, irreversible. Se trata de la aventura del prisionero, a quien Platón nos presenta encadenado en la caverna, que logra acceder al exterior y toma conciencia de la verdadera esencia de las cosas. Qué duda cabe de que regresa a la caverna para comunicar su descubrimiento, pero su mirada ya no será la misma. Según Platón, quien como Nejliúdov encara el camino  de la dialéctica ascendente que desde el mundo sensible nos eleva hasta el espacio de las ideas, una vez que toma la senda del regreso, una vez que emprende la dialéctica  que desde las ideas conduce al mundo de los sentidos, estará obligado a consagrar sus esfuerzos a rasgar el velo que entorpece la visión de quienes permanecen sumidos en su particularidad sensible. Como ya sabemos, a juicio de Platón, el amor no se agota en la atracción individual y sensual, sino que es un óptimo vehículo capaz de transportarnos a los ámbitos del conocimiento, de la ética y de la política. En este sentido, la aventura amorosa de Nejliúdov ejemplifica lo dicho por Platón acerca de la fuerza del amor para hacer que nos superemos como personas y como ciudadanos, ya que su amor efímero y más bien sensible por Katerina se transformará en un sentimiento de amor hacia la humanidad en general y, sobre todo, en un sentimiento de amor hacia la justicia social. Como se puede apreciar, la lectura de esta novela resultará especialmente fértil si se hace en contrapunto con diálogos de Platón tan significativos como El banquete o La república.

    Tolstoi escribe desde la perspectiva del cristianismo social, pues el protagonista a oponer en práctica un ideal de humildad evangélica, destinado a la implantación en la tierra del reino de los cielos.

    Finalmente llega la resolución esperada sobre el caso de la Maslova,  y entonces…

    viernes, 25 de mayo de 2012

    Si grita, suéltale

    • Título: Si grita, suéltale
    • Título original: If he hollers let him go
    • Autor: Chester Himes (1909-1984)
    • Año de publicación: 1945
    • Edición: Júcar, Primera edición, noviembre, 1989, 216 págs.

     

    Esta novela está narrada en primera persona. Su narrador y protagonista es Bob Jones, joven negro que trabaja como capataz en unos astilleros situados en Los Ángeles, cuya producción está destinada, básicamente, a la industria bélica. La acción transcurre en cuatro días.

    Chester Himes no sólo pone de manifiesto las injusticias cometidas con los negros en el mundo del trabajo, sino también los enormes obstáculos que a los de color les salen al encuentro en las diferentes esferas de la sociedad: policía, sindicatos, mundo de la hostelería etc. Hasta tal punto se les muestra hostil el entorno social que el ser hombre, la condición humana de los negros, está determinada por su condición racial.

    En principio, la configuración ética del protagonista es similar, en cierto modo, a la adoptada por Richard Wright en Hijo nativo, novela publicada unos años antes, ya que Bob se nos presenta como un ser poco simpático: orgulloso, irascible, impulsivo, imprudente, movido de continuo por impulsos sexuales primarios y por un desmedido rencor tanto hacia los blancos como hacia los negros desclasados que como la familia de su bella novia Alice se consideran integrados en el modo de vida americano,

    Los problemas laborales más serios comienzan para Bob en el momento en el que se le degrada en el trabajo por llamar "zorra" a Magda, una compañera  que, previamente, le había negado ayuda llamándole "negro" en un tono menospectivo. Poco después de  este hecho, es agredido en una escaramuza por un blanco, incidente que le obsesiona con la venganza hasta el punto de acudir, pistola en mano, hasta el domicilio de su agresor con intenciones homicidas. Poco después, se dirige a casa de Magde para violarla, acto que no se lleva a cabo, pues Bob queda paralizado a causa de la vulgaridad de la chica.

    En el capítulo XVIII, el que sigue a este último suceso, el protagonista, con la ayuda de la resaca, se toma un respiro para la reflexión. Estas reflexiones expresan  - creemos – la idea sobre la que se vertebra esta novela, la fatal disyunción a la que los negros estadounidenses se ven abocados de manera inexorable: o acomodarse a las reglas sociales que imponen los blancos o rebelarse y ser pulverizados por esa sociedad de blancos. Para poder ser americano tendrá que sacudirse su arraigado odio contra los blancos y reconocer su generosidad, así como la superioridad que presiden la constitución y la vida democrática, tal y como había hecho la familia de Alice. Mas, para él, tal actitud era despreciable:

     

    "Aunque la lógica contundente de mi resaca me decía que la vía de Alice era  mi única salida, sentía por ella el mismo desprecio que una persona blanca sentiría por un colaboracionista en Francia. No podía evitarlo (…..). Sabía que podía casarme con Alice. La chica me quería de verdad. Podría casarme con ella, volver a la universidad, licenciarme en derecho y llegar luego a convertirme en un negro importante y poderoso.. Me daba cuenta de que la mayor parte de la gente me consideraría un negro con suerte" (Capítulo XVIII, pág. 164).

     

         Pero era consciente de que su sensibilidad no podría soportar semejante autoengaño:

     

    "Pero sabía que un día me despertaría y diría que a la mierda con todo, que yo no quería ser el negro más importante de todos los tiempos, ni Toussant Louverture ni Walter White porque en mi interior más profundo, donde no podían llegar los blancos aquello no significaba nada de nada. Si no podías pasearte por Hollywood Boulevard y saber que aquel era tu país, si no podías echarle un piropo educado a Lana Turner en Ciros sin que los polis te dieran una paliza por salirte de tu sitio, si no podías gastarte treinta dólares en cenar en un hotel sin tener que atragantarte por los insultos, entonces el ser un gran mister negro no significa nada" (cap. XVIII, pág. 165).

     

    El único deseo de Bob no es ser diputado, sino poder ejercer su puesto de  capataz sobre blancos y negros; en pocas palabras, ser aceptado como hombre, en igualdad de condiciones que los blancos. En este proceso de autoexamen, Bob justifica su conducta a partir de su propio pasado: una infancia marcada por la pobreza y el fallecimiento de la madre cuando él tenía tan sólo tres años; y una juventud truncada en el momento en que la muerte de su padre le obligó a abandonar los estudios de medicina, los cuales se costeaba trabajando como lavaplatos en un club universitario de blancos. Hace estas reflexiones en un momento en que las relaciones con Alice estaban en crisis, debido, entre otras cosas, a un encontronazo dialéctico tendido con Tom  Leighton, un amigo de su novia que ocupaba una buena posición social. Leighton, frente a la opinión sostenida por Bob de que los negros deberían unirse en contra de los blancos, defiende un modelo filocomunista según el cual, los negros tendrían que despojarse de sus sentimiento racial para formar un sujeto revolucionario junto a  los blancos pobres de todo el mundo.

    Cuando Bob estaba sumido en la desesperación, recibe una llamada de Alice; salen justos y ella le convence para que se amolde a las circunstancias, sea realista , tras el matrimonio, alcanzar todo el bienestar social al que los blancos permitían acceder a determinados negros. Pero ni el lector más ingenuo puede esperar que Chester Himes conceda a su personaje este final felíz burgués, presidido por la resignación.

    Al día siguiente, nada más llegar al astillero,  Bob se dirige, humildemente, a su jefe para disculparse y solicitar se le reponga en su puesto de capataz, petición que, en principio, le es denegada, quedando a expensas de su comportamiento. Al volver junto a sus compañeros, éstos le comunican que, debido a la buena disposición del nuevo capataz, al grupo se le ha asignado un trabajo en mejores condiciones, decisión en la que Bob percibe una estrategia para mostrar a los trabajadores las ventajas de estar dirigidos por un capataz blanco. Le piden que vaya a supervisar el nuevo trabajo para así tener el camino más trillado; y sobreviene la tragedia: Bob, de manera casual, entra en un camarote en el que Magde, la mujer que le había denunciado, estaba durmiendo. Ésta, entonces, se dirige hasta la puerta y  le acusa de violación.

    Bob, tras sobrevivir milagrosamente a un proceso de linchamiento y comprobar, atónito, que los guardias de la empresa han tomado en serio la acusación y se disponen a entregarlo a la policía del Estado, emprende una  larga huida por la ciudad. Al percatarse de que le habían robado todo el dinero que tenía y de que su casa estaba vigilada por la policía, llama a Alice con la finalidad que le proporcione los medios para huir definitivamente de la ciudad y emprender una nueva vida en tierras lejanas. Mas ésta no accede a su petición y le aconseja que se entregue, pues, a su juicio, "el sistema americano no puede condenar a un inocente". Una vez más, Chester Himes contrapone el discurso legalista de quienes, como Alice,  confían en la capacidad integradora del sistema democrático estadounidense y la eficacia e imparcialidad de su sistema judicial a la desesperación realista de Bob.

    Esta novela está escrita en un lenguaje conciso y sin apenas concesiones al lirismo. En ella se entrecruzan la denuncia social y elementos procedentes del género policíaco. Creemos que al lector le queda claro que la problemática reflejada se fundamenta en la injusticia del orden social, pese a que el incidente en el camarote tiene tintes de tragedia clásica, esto es, de apelación a una especie de destino cósmico, recurso frecuente en el cine negro, tan en boga por aquellos años.

    De refilón, también se alude al antisemitismo que, por entonces, estaba bastante extendido en los Estados Unidos, el cual está representado por Tebbel, el capataz que substituye a Bob.