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- Título original: Tobacco Road.
- Autor: Erskine Caldwell (1903-1987).
- Año de publicación: 1932.
- Edición: Alba, Barcelona, 1997, 190 págs
- Traductor: Horacio Vázquez Rial[1]
La acción de esta novela transcurre en el profundo Sur de los Estados Unidos, en concreto en la zona meridional de Georgia. Está protagonizada por la familia Lester, la cual se encuentra sumida no sólo en la más cruel miseria material sino también en la indigencia intelectual y moral. A mediados del siglo XIX, los Lester eran dueños de una gran plantación que, con el paso del tiempo, se irá mermando debido a la necesidad de conseguir fondos para hacer frente a los cada vez más acuciantes impuestos. Cuando Jeeter, el padre y cabeza de familia, heredó de su padre la plantación, las deudas de la propiedad eran tales que fue embargada, convirtiéndose los Lester en arrendatarios del capitán John, el nuevo comprador. A todo esto, a causa de haber estado consagrada durante años y años al cultivo del algodón, la tierra se hallaba tan agotada que apenas rendía. Por si esto no fuera suficiente, la implacable lógica del progreso tecnológico hizo que las hilanderías prescindieran del algodón y lo sustituyeran por fibras más rentables, provocando que los plantadores como el capitán John abandonaran los campos para instalarse en la ciudad, dejando desprotegidos a sus pequeños arrendatarios, como los Lester, a quienes se les empezó a negar el crédito necesario para comprar una mula y las semillas imprescindibles para seguir cultivando algodón. Finalmente, ni tan siquiera se les facilitó el crédito con el que adquirir los alimentos más básicos.
Al comienzo de la novela, el núcleo familiar de los Lester, esto es, los miembros de la familia que aún habitan en la plantación, son el matrimonio formado por Jeeter y Ada, dos de sus hijos, Dude y Ellie May, el primero "un tanto retrasado" y la segunda marcada físicamente por un labio leporino que ahuyenta a los hombres;. y, finalmente, la madre de jeeter. Además, los Lester tienen otros diez hijos que se habían ido desgajando poco a poco del tronco familiar; en algunos casos, de la manera tan primaria y mecánica como ciertas bestias se separan de su manada. Ninguno retorna al hogar; y el desarraigo familiar alcanza tales proporciones que mientras, por un lado, los padres no son capaces de recordar los nombres de algunos de sus hijos, por el otro, Tom, quien con su aserradero ha alcanzado cierta prosperidad, se niega a auxiliar a sus padres, recomendándoles que busquen refugio en un asilo
Los personajes que pueblan El camino del tabaco parecen estar más próximos a las creaciones artísticas de un Faulkner que a las de un Steimbeck: o lo que es lo mismo, son más deudoras de la filosofía del hombre que impregna las obras de Zola que de la que se recoge en los textos de Balzac, Galdós o Tolstoi. Cuestión aparte es el hecho de que el estilo narrativo empleado por Zola diste más de Faulkner que de Balzac. Y es que todos ellos se dejan arrastrar de continuo por sentimientos mezquinos y primarios, siendo incapaces de atenerse a una planificación racional de sus vidas. Con esta idea de hombre que aproxima al ser humano a lo meramente animal y lo aleja de la concepción del animal político postulada por Aristóteles, Caldwell consigue que el lector se distancie de los personajes y el cúmulo de desdichas que los aqueja.
Un sucinto repaso por alguno de los protagonistas de esta novela aclarará la tesis que acabamos de exponer.
Pese a que se nos presentan los esfuerzos que Jeeter el padre, emprende para poder hacerse con las semillas necesarias para recoger una buena cosecha de algodón, el narrador, al principio del capítulo VII, expresa con gran elocuencia la abulia y el fatalismo que inmovilizan a este personaje:
"Jeeter siempre tenía bien pensado lo que iba a hacer, pero por una cosa o por otra jamás lo llevaba a la práctica. Los días pasaban rápidamente y era mucho más cómodo dejar todo para mañana, y cuando llegaba ese día, aplazar invariablemente lo que se hubiese decidido para una ocasión más conveniente. Durante toda su vida había sido igual pero eso no quitaba que ahora se sintiera nuevamente dispuesto a quemar las malezas y arar la tierra para cultivar algodón." (pág. 67).
A modo de excusa de su actitud abúlica, Jeeter recurre a un cierto providencialismo fatalista. Así, para justificar su negativa a trasladarse a la ciudad de Augusta a trabajar en las hilanderías, razona del siguiente modo:
"La vida de la ciudad no fue dispuesta por Dios ( ..). Nunca fue ordenado que un hombre que huele a campo vaya a vivir a una hilandería de Augusta. Puede ser que esté bien para algunos, pero dios nunca dispuso que yo lo hiciera: desde el principio me puso en la tierra y no voy a salir de ella" (págs 74-75).
Cuando viaja a la ciudad en compañía de su hijo Dude y de su nuera para vender leña, en lugar de ahorrar el poco dinero que han conseguido de la venta de la rueda de repuesto del coche, lo invierte en pernoctar en un hotel, sólo por el hecho de darse una vez en la vida semejante placer.
La anciana "mamá Lester", que sobrevive a pesar de hallarse consumida por la pelagra, es tratada como si fuera un objeto inservible: la apartan a empujones, la alimentan a base de cortezas de queso y tocino, Jeeter, su hijo, es hostil con ella por no haberse muerto etc. Cuando, en un arranque de furia, Dude, su nieto, la aplasta con el coche, tiene lugar una de las escenas más crudas de la novela:
"Cuando la nube de tierra alzada por el coche se disipó, Ada y Jeeter volvieron al patio. La abuela seguía tendida en la arena con la cara destrozada ( ..)
-¿Está muerta ya? preguntó Ada mirando a Jeeter No se queja y no se mueve y no creo que viva con la cara toda aplastada.
Jeeter no le contestó, pues el enfado contra Bessie le dominaba hasta el punto de impedirle ocuparse de cualquier otra cosa. Echó otra mirada a la abuela y luego atravesó el patio dirigiéndose a la parte de atrás de la casa" (pág. 173).
Pero el personaje más histriónico de la novela es, quizá, la hermana Bessie, viuda de unos cuarenta años que destaca por lo deforme de su nariz. Se trata de una fanática predicadora que pregona una religión de la que ella es la única pastora. Bessie se encapricha de Dude que tan sólo tiene dieciséis años. Para ganarse al chico, se gasta todo el capital de que dispone, unos ochocientos dólares procedentes de su difunto marido, en un coche, vehículo que Dude se encargará de ir destartalando poco a poco. En un episodio digno del Kafka más genuino, Bessie es sacada de la habitación que en el hotel de Augusta comparte con su esposo y con Jeeter y llevada de dormitorio en dormitorio.
Dude se nos presenta como un chico retrasado entre cuyas mayores pasiones está el conducir de manera alocada, básicamente, por el mero placer de tocar la bocina, y tirar inoportunamente una pelota de béisbol contra la casa. En una de sus aventuras automovilísticas, mata a un negro, incidente que para los Lester no rebasa los límites de la simple anécdota. El lector podrá apreciar cómo Dude, al final de la novela, se dispone a seguir los pasos de su padre, quedando así la duda de si se halla realmente muy por debajo del promedio intelectual de la mayoría de los miembros de su familia; o lo que es peor: la sensación de que éstos apenas le superan en lo que a capacidad intelectual se refiere,
El camino del tabaco es una dura crítica, sobre todo, de la pobreza existente entre la gente del campo del Sur estadounidense y, aunque de manera más indirecta, del racismo y del machismo reinante por aquellos lugares en la primera mitad del período de entreguerras, tema éste último al que apenas hemos hecho referencia, pero del que el lector se podrá percatar fácilmente. El problema está en que los protagonistas se aproximan hasta tal punto a lo grotesco que se resiente nuestra credibilidad en ellos en tanto seres humanos. Nos queda la duda de si los seres creados por Caldwell responden a unas transitorias, aunque duraderas y profundas, circunstancias de injusticia social o si, más bien, son concebidos como un reflejo de la condición humana en general.
En 1941, John Ford dirigió una versión cinematográfica de El camino del tabaco en la que quedan bien patentes los elementos esenciales de la crítica social de la novela, pese a que la trama experimenta una apreciable variación y a que los acontecimientos más crudos son soslayados o suprimidos
1] Editorial Navona, que en los últimos años ha publicado varias de las más conocidas novelas de Caldwell, editó en 2008 El camino del tabaco, edición que incluye la traducción de Horacio Vázquez Rial, el cual, además, forma el prólogo.