jueves, 7 de junio de 2012

Resurrección

 

  • Título: Resurrección
  • Autor; Leon Tolstoi (1828-1919).
  • Año de publicación: 1899
  • Editorial Pre-textos, Valencia, 1999.

 

En muchas de las grandes novelas de amor, la historia amorosa propiamente dicha es un reflejo directo del destino de todo un pueblo. Este es el caso de Resurrección, obra escrita por el conde ruso León Tolstoi, autor de novelas que como Guerra y Paz y Ana Karenina se cuentan entre los grandes hitos de la literatura universal.

Para comprender debidamente esta apasionante novela es preciso que nos remontemos a la Rusia de la segunda mitad del siglo XIX - en concreto  los acontecimientos narrados en Resurrección se sitúan en los años ochenta de esta centuria -, un territorio que, tanto económica como políticamente, se encontraba muy por detrás de los países más avanzados de la Europa occidental. Así, mientras en Francia y en Inglaterra aumentaban las fuerzas de quienes reclamaban la necesidad de los derechos sociales que con el paso del tiempo se convertirían en pilares del Estado del bienestar, en la Rusia de los zares apenas si existían los llamados derechos individuales, es decir, derechos como el de la libertad de asociación y de expresión, el derecho a un juicio justo, etc. Para que nos podamos formar una idea adecuada de esta situación, digamos que los campesinos estuvieron  reducidos a la condición de siervos hasta un Decreto de 1861 y que, a partir de este Decreto, en la práctica, siguieron sometidos a la nobleza terrateniente a causa de sus escasísimos recursos económicos. Pero, en este clima tan adverso, floreció una rica actividad intelectual; por ceñirnos al ámbito de la literatura, recordemos que, además de Tolstoi, destacaron figuras de la talla de Puschkin Dostoievski, Turgueniev y Chejov.

En Resurrección Tolstoi nos narra los esfuerzos del príncipe Nejliúdov por liberar a la joven Katherina Maslova, quien había sido condenada injustamente a trabajos forzados  en Siberia por haber tomado parte en un asesinato. Ella, cuando trabajaba como criada en casa de unas tías de Nejliúdov había sido seducida por éste, quien, tras haberla dejado embarazada, la abandona a su suerte. A partir de aquí, la Maslova deja la casa después de una disputa con sus señoras, comenzando así para ella un penoso periplo: en la primera casa en la que encuentra empleo sufre el acoso del cabeza de familia; después fallece su hijo, nada más nacer; finalmente, debido a la miseria material a la que se ve abocada, se dedica de lleno a la prostitución, viéndose fatalmente envuelta en la muerte de uno de sus clientes. La casualidad hace que Nejliúdov se encuentre entre los componentes del jurado encargado de juzgar a la joven. Éste la reconoce de inmediato y toma conciencia de la vileza con que se había comportado con ella.

Entonces, impelido por el recuerdo de su antiguo amor y por el remordimiento, Nejliúdov  despliega todo un ingente caudal de energía con la finalidad de que se revise la causa de su amada. Como todos sus esfuerzos fracasan, eleva una petición de amparo al emperador a la par que acompaña a la Maslova hasta Siberia, ofreciéndole el matrimonio, sacrificio que ella rechaza.

Pero el relato no se detiene en la plasmación de las relaciones entre el príncipe y Katherina, pues, por mediación de ésta o incluso de una manera más directa, Nejliúdov gradualmente se irá informando de las peripecias personales de otros condenados y, por extensión, de la peripecia colectiva del proletariado urbano y del campesinado de su país, llegando a la conclusión de que los responsables de la mayor parte de los delitos cometidos por estos prisioneros son los miembros de la aristocracia, clase a la que él pertenece, los cuales vivían en la opulencia y se aprovechaban del sudor de las clases inferiores. De la Maslova se enamora Simonson, un preso político, hecho que provoca en Nejliúdov un cierto sentimiento de celos que se esfuerza por superar.

Y es que Nejliúdov ha emprendido un viaje que no es sólo geográfico sino también espiritual y, por tanto, irreversible. Se trata de la aventura del prisionero, a quien Platón nos presenta encadenado en la caverna, que logra acceder al exterior y toma conciencia de la verdadera esencia de las cosas. Qué duda cabe de que regresa a la caverna para comunicar su descubrimiento, pero su mirada ya no será la misma. Según Platón, quien como Nejliúdov encara el camino  de la dialéctica ascendente que desde el mundo sensible nos eleva hasta el espacio de las ideas, una vez que toma la senda del regreso, una vez que emprende la dialéctica  que desde las ideas conduce al mundo de los sentidos, estará obligado a consagrar sus esfuerzos a rasgar el velo que entorpece la visión de quienes permanecen sumidos en su particularidad sensible. Como ya sabemos, a juicio de Platón, el amor no se agota en la atracción individual y sensual, sino que es un óptimo vehículo capaz de transportarnos a los ámbitos del conocimiento, de la ética y de la política. En este sentido, la aventura amorosa de Nejliúdov ejemplifica lo dicho por Platón acerca de la fuerza del amor para hacer que nos superemos como personas y como ciudadanos, ya que su amor efímero y más bien sensible por Katerina se transformará en un sentimiento de amor hacia la humanidad en general y, sobre todo, en un sentimiento de amor hacia la justicia social. Como se puede apreciar, la lectura de esta novela resultará especialmente fértil si se hace en contrapunto con diálogos de Platón tan significativos como El banquete o La república.

Tolstoi escribe desde la perspectiva del cristianismo social, pues el protagonista a oponer en práctica un ideal de humildad evangélica, destinado a la implantación en la tierra del reino de los cielos.

Finalmente llega la resolución esperada sobre el caso de la Maslova,  y entonces…

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