viernes, 25 de mayo de 2012

Si grita, suéltale

  • Título: Si grita, suéltale
  • Título original: If he hollers let him go
  • Autor: Chester Himes (1909-1984)
  • Año de publicación: 1945
  • Edición: Júcar, Primera edición, noviembre, 1989, 216 págs.

 

Esta novela está narrada en primera persona. Su narrador y protagonista es Bob Jones, joven negro que trabaja como capataz en unos astilleros situados en Los Ángeles, cuya producción está destinada, básicamente, a la industria bélica. La acción transcurre en cuatro días.

Chester Himes no sólo pone de manifiesto las injusticias cometidas con los negros en el mundo del trabajo, sino también los enormes obstáculos que a los de color les salen al encuentro en las diferentes esferas de la sociedad: policía, sindicatos, mundo de la hostelería etc. Hasta tal punto se les muestra hostil el entorno social que el ser hombre, la condición humana de los negros, está determinada por su condición racial.

En principio, la configuración ética del protagonista es similar, en cierto modo, a la adoptada por Richard Wright en Hijo nativo, novela publicada unos años antes, ya que Bob se nos presenta como un ser poco simpático: orgulloso, irascible, impulsivo, imprudente, movido de continuo por impulsos sexuales primarios y por un desmedido rencor tanto hacia los blancos como hacia los negros desclasados que como la familia de su bella novia Alice se consideran integrados en el modo de vida americano,

Los problemas laborales más serios comienzan para Bob en el momento en el que se le degrada en el trabajo por llamar "zorra" a Magda, una compañera  que, previamente, le había negado ayuda llamándole "negro" en un tono menospectivo. Poco después de  este hecho, es agredido en una escaramuza por un blanco, incidente que le obsesiona con la venganza hasta el punto de acudir, pistola en mano, hasta el domicilio de su agresor con intenciones homicidas. Poco después, se dirige a casa de Magde para violarla, acto que no se lleva a cabo, pues Bob queda paralizado a causa de la vulgaridad de la chica.

En el capítulo XVIII, el que sigue a este último suceso, el protagonista, con la ayuda de la resaca, se toma un respiro para la reflexión. Estas reflexiones expresan  - creemos – la idea sobre la que se vertebra esta novela, la fatal disyunción a la que los negros estadounidenses se ven abocados de manera inexorable: o acomodarse a las reglas sociales que imponen los blancos o rebelarse y ser pulverizados por esa sociedad de blancos. Para poder ser americano tendrá que sacudirse su arraigado odio contra los blancos y reconocer su generosidad, así como la superioridad que presiden la constitución y la vida democrática, tal y como había hecho la familia de Alice. Mas, para él, tal actitud era despreciable:

 

"Aunque la lógica contundente de mi resaca me decía que la vía de Alice era  mi única salida, sentía por ella el mismo desprecio que una persona blanca sentiría por un colaboracionista en Francia. No podía evitarlo (…..). Sabía que podía casarme con Alice. La chica me quería de verdad. Podría casarme con ella, volver a la universidad, licenciarme en derecho y llegar luego a convertirme en un negro importante y poderoso.. Me daba cuenta de que la mayor parte de la gente me consideraría un negro con suerte" (Capítulo XVIII, pág. 164).

 

     Pero era consciente de que su sensibilidad no podría soportar semejante autoengaño:

 

"Pero sabía que un día me despertaría y diría que a la mierda con todo, que yo no quería ser el negro más importante de todos los tiempos, ni Toussant Louverture ni Walter White porque en mi interior más profundo, donde no podían llegar los blancos aquello no significaba nada de nada. Si no podías pasearte por Hollywood Boulevard y saber que aquel era tu país, si no podías echarle un piropo educado a Lana Turner en Ciros sin que los polis te dieran una paliza por salirte de tu sitio, si no podías gastarte treinta dólares en cenar en un hotel sin tener que atragantarte por los insultos, entonces el ser un gran mister negro no significa nada" (cap. XVIII, pág. 165).

 

El único deseo de Bob no es ser diputado, sino poder ejercer su puesto de  capataz sobre blancos y negros; en pocas palabras, ser aceptado como hombre, en igualdad de condiciones que los blancos. En este proceso de autoexamen, Bob justifica su conducta a partir de su propio pasado: una infancia marcada por la pobreza y el fallecimiento de la madre cuando él tenía tan sólo tres años; y una juventud truncada en el momento en que la muerte de su padre le obligó a abandonar los estudios de medicina, los cuales se costeaba trabajando como lavaplatos en un club universitario de blancos. Hace estas reflexiones en un momento en que las relaciones con Alice estaban en crisis, debido, entre otras cosas, a un encontronazo dialéctico tendido con Tom  Leighton, un amigo de su novia que ocupaba una buena posición social. Leighton, frente a la opinión sostenida por Bob de que los negros deberían unirse en contra de los blancos, defiende un modelo filocomunista según el cual, los negros tendrían que despojarse de sus sentimiento racial para formar un sujeto revolucionario junto a  los blancos pobres de todo el mundo.

Cuando Bob estaba sumido en la desesperación, recibe una llamada de Alice; salen justos y ella le convence para que se amolde a las circunstancias, sea realista , tras el matrimonio, alcanzar todo el bienestar social al que los blancos permitían acceder a determinados negros. Pero ni el lector más ingenuo puede esperar que Chester Himes conceda a su personaje este final felíz burgués, presidido por la resignación.

Al día siguiente, nada más llegar al astillero,  Bob se dirige, humildemente, a su jefe para disculparse y solicitar se le reponga en su puesto de capataz, petición que, en principio, le es denegada, quedando a expensas de su comportamiento. Al volver junto a sus compañeros, éstos le comunican que, debido a la buena disposición del nuevo capataz, al grupo se le ha asignado un trabajo en mejores condiciones, decisión en la que Bob percibe una estrategia para mostrar a los trabajadores las ventajas de estar dirigidos por un capataz blanco. Le piden que vaya a supervisar el nuevo trabajo para así tener el camino más trillado; y sobreviene la tragedia: Bob, de manera casual, entra en un camarote en el que Magde, la mujer que le había denunciado, estaba durmiendo. Ésta, entonces, se dirige hasta la puerta y  le acusa de violación.

Bob, tras sobrevivir milagrosamente a un proceso de linchamiento y comprobar, atónito, que los guardias de la empresa han tomado en serio la acusación y se disponen a entregarlo a la policía del Estado, emprende una  larga huida por la ciudad. Al percatarse de que le habían robado todo el dinero que tenía y de que su casa estaba vigilada por la policía, llama a Alice con la finalidad que le proporcione los medios para huir definitivamente de la ciudad y emprender una nueva vida en tierras lejanas. Mas ésta no accede a su petición y le aconseja que se entregue, pues, a su juicio, "el sistema americano no puede condenar a un inocente". Una vez más, Chester Himes contrapone el discurso legalista de quienes, como Alice,  confían en la capacidad integradora del sistema democrático estadounidense y la eficacia e imparcialidad de su sistema judicial a la desesperación realista de Bob.

Esta novela está escrita en un lenguaje conciso y sin apenas concesiones al lirismo. En ella se entrecruzan la denuncia social y elementos procedentes del género policíaco. Creemos que al lector le queda claro que la problemática reflejada se fundamenta en la injusticia del orden social, pese a que el incidente en el camarote tiene tintes de tragedia clásica, esto es, de apelación a una especie de destino cósmico, recurso frecuente en el cine negro, tan en boga por aquellos años.

De refilón, también se alude al antisemitismo que, por entonces, estaba bastante extendido en los Estados Unidos, el cual está representado por Tebbel, el capataz que substituye a Bob.

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