viernes, 15 de febrero de 2013

Llamad a cualquier puerta

Llamad a cualquier puerta

 

  • Título: Llamad a cualquier puerta
  • Título original: Knock on any door.
  • Autor: Willard Motley (1909-1965)
  • Año de publicación: 1947
  • Edición: Barcelona, Luis de Caralt, 1961, 582 págs.
  • Versión española: Julio Fernández-Yáñez

 

Mediante una técnica literaria sencilla, en clara continuidad con la manera de narrar decimonónica, el escritor estadounidense afroamericano  Willard Motley, en esta novela, nos  cuenta la vida de Nick Romano, uno de los cuatro vástagos de una familia de emigrantes italianos que como tantos otros compatriotas a finas del siglo XIX y principios del XX abandonaron la miseria imperante en su tierra atraídos por el sueño americano. La novela comienza en Denver, donde los Romano regentan un próspero negocio, circunstancia que les permite enviar a sus hijos a buenos colegios y habitar un barrio "decente" en el que se codear con personas más que aceptables. Nick se nos presenta como un niño modelo que aspira a la santidad del sacerdocio. Pero un aciago día, como consecuencia de la Gran Depresión, el padre no puede afrontar sus pagos y la apacible existencia de los Romano da un giro radical, transformándose en un agitado mar: pierden el negocio, los acreedores se apropian de sus bienes, se ven obligados a trasladarse a un barrio marginal y Nick pasa de un colegio en el que se le trata con delicadeza y humanidad a otro en el que la religión se convierte en un arma meramente coercitiva y en el que una represión rigurosa lo impregna todo.  

Y como a perro flaco todo se le vuelven pulgas, las calamidades de la familia no se detienen en los mencionados indicadores de descenso en la escala social: Nick entabla nuevas amistades e incitado por ellas, comete pequeños hurtos. Un día guarda en su casa una bicicleta robada por uno de sus compinches, hecho que es descubierto por la policía, y como Nick se niega a delatar a su camarada, es culpado de robo y enviado a un reformatorio. La estancia de Nick en el reformatorio resulta crucial, pues supone una experiencia que le dejará marcado de por vida. Esta institución, lejos de cumplir con su función que no es otra que la de reformar al delincuente en aras a su inserción en el ser social como ciudadano que interiorice o, al menos, se atenga a la ley, se convierte en un nido de futuros proscritos. Tras presenciar y padecer palizas, duchas de agua fría – que provocan el fallecimiento de un compañero días antes de ser liberado – las arbitrariedades y corruptelas de los guardianes y los abusos de alguno de sus compañeros, Nick  recupera la libertad dominado por una actitud de desafía a la sociedad y, especialmente, a los representantes de la autoridad.  

Después de abandonar el reformatorio, Nick se instala en Chicago, ciudad a la que poco antes se había traslado su familia  guiada por la esperanza de un futuro mejor. Los Romano se van haciendo camino con muchas dificultades y altibajos. Pero Nick no está dispuesto a seguir el sinuoso, incierto y, muchas veces, nada fructífero camino del trabajo honrado, por lo que opta por la senda, a priori más prometedora, del juego y la delincuencia. Y es que nada más llegar a Chicago se topa con mendigos, prostitutas, delincuentes de diverso rango y policías corruptos. Será en este ambiente de los bajos fondos y no en las varias escuelas públicas a las que le envían en donde se forjará definitivamente su carácter. Después de un sinfín de peripecias, tras haber cometido un atraco, asesina al policía que le persigue, siendo días después, imputado por ello.

A partir de este momento se abre, a nuestro juicio, la parte más interesante y conmovedora de la novela, ya que se entreveran en una más que aceptable unidad artística mecanismos de la más genuina literatura de suspense y elementos de la crítica social y política más desoladora.

La obra que estamos comentando se encuentra presidida por un mensaje que es a la vez muy claro y enormemente denso. La idea central se capta sin dificultad: Nick Romano es sólo parcialmente responsable de los delitos por él cometidos; la otra parte, quizá la de mayor peso hay que atribuírsela a la sociedad, debido al egoísmo en la lucha por la vida que margina a los más débiles y a la indiferencia frente a las carencias de éstos. Como apunta Morton, el abogado de Nick, en el alegato final en favor de su defendido, Nick Romano no es un caso único, sino típico, esto es, es uno más entre miles de muchachos que pululan  por los Estados unidos sin apenas ilusiones; matarlo en la silla eléctrica en lugar de implantar reformas sociales y morales no hará más que producir otros Nicks, otros chicos – sugiere la novela  de manera implícita pero elocuente -  ante los que en teoría se presentan todas las oportunidades del  mundo, pero que en la práctica son prisioneros de la lotería natural – por utilizar la expresión del filósofo John Rawls – y los caprichos de la fortuna. El párrafo final habla por sí solo:

 

"Muchachos bajo los faroles callejeros jugando a los dados, aprendiendo a vivir. Obscuridad completa, tras el edificio de la escuela en la que se educan y de la que salen orgullosos para ir a contemplar los escaparates llenos de bellas prendas para contemplar a los automóviles que cruzan raudos (…..) deseando saber cuándo llegará el tiempo en que puedan poseer uno de ellos. En Maxwell Street, las prostitutas aguardan en los obscuros portales. Más allá de la calle doce y a ambos extremos de Peoría se encuentran edificios viejísimos de fechadas tristonas que se alinean como ancianos sentados en el pórtico de un asilo. Esperando el final de su mísera existencia

¿Nick? Llmad a cualquier puerta de esta misma calle" (pág. 582).

 

Pero Nick Romano no es sólo un mero producto de la marginación social, sino que representa a un colectivo específico formado, fundamentalmente, por los hijos de los inmigrantes y por los negros. En el capítulo 40, se nos ofrece un breve pero muy tangible cuadro en el que se plasma la alienación laboral de los inmigrantes:

 

"Papá Romano descendió del autobús y, con una papeleta en la mano, dirigióse al lugar designado orgulloso de poder trabajar en algún sitio. Penetró en un amplio solar sucio y cubierto de hielo. Por todas partes veíanse hombres que vestían monos, chalecos de lana, chaquetas azules y abrigos usados. Había italianos, polacos, negros, suecos y mejicanos (…..)

Miró a su alrededor. La mayoría eran como él… hombres macilentos y cansados. Algunos manejaban sus herramientas, lentamente, hiriendo con ellas los terrones de asfalto: otros se apoyaban desconsolados sobre aquellas". (Cap 40, págs 213-214)

 

Pero, además de la desigualdad social, sobre los ciudadanos, en especial sobre los más necesitados, incide otro factor: Chicago. La ciudad de Chicago es presentada casi como un personaje más de la novela, incluso nos arriesgaremos a decir que como uno de sus protagonistas, adquiriendo connotaciones poéticas y hasta mágicas. Así, nos encontramos con expresiones como "los agresivos rascacielos" o "edificios viejísimos de fachadas tristonas que se alinean como ancianos sentados (……)". A continuación de  la gratuita muerte de Jerry, en uno de los episodios que más aproximan  la novela que estamos comentando al tremendismo, el narrador apela a la ciudad como si de un organismo vivo se tratara:

 

"¿Quién puede considerarse superior a la ciudad, a sus calles o a su espíritu? ¿Quién es más fuerte que su maraña de cables eléctricos y su techumbre de humo (…..)

¿Quién es más amplio que su recinto, más musculoso que sus enormes edificios, más sólido que sus oxidadas escaleras de escape? ¿Quién puede resistir la mirada de sus letreros luminosos? ¿Quién es capaz de dormir y de soñar bajo sus innumerables tejados?" ( Cap. 53, pág. 292)

 

El discurso de Morton en el que se hace a la sociedad responsable de las trayectorias vitales de los chicos como Nick condensa ante todo la dimensión ético-social de Llamad a cualquier puerta, obra en la que, a diferencia de otras novelas sociales norteamericanas como La jungla, de Upton Sinclair o Hijo nativo, de Richard Wright, aunque esta última de manera más matizada, no se vislumbra ningún horizonte político explícito, si, por "político" entendemos la adhesión a  una ideología o un partido concretos. Ahora bien, si tomamos el término "política" en su auténtica dimensión como aquello que hace referencia a los asuntos públicos, entonces la novela de  Willard Motley ha de ser leída como una crítica directa al sistema político y, particularmente, al judicial, de los Estados Unidos, no como una crítica a la democracia, sino a los procedimientos antidemocráticos que se cuelan en el sistema democrático; más aún, a todas aquellas prácticas que son democráticas sólo en apariencia. Y es que la mayor parte de la sociedad y de las instituciones encargadas de  preservar los derechos fundamentales del individuo condenan a Nick de antemano: la prensa lo calumnia demagógicamente, los policías intimidan y torturan a algunos testigos para que testifiquen en su contra, el fiscal incurre en sobornos, en la esperanza de ver incrementado su prestigio social, labrado por el hecho de haber enviado a un alto número de personas a la silla eléctrica. El propio abogado defensor ha de cimentar su defensa recurriendo al poder de las apariencias, como lo prueba el que vea con buenos ojos la presencia en el jurado de una mayoría femenina, debido a que las mujeres, a su juicio, se sentirán inclinadas a emitir un veredicto favorable, seducidas por la bella figura de Nick.. Desde luego, la controvertida institución del jurado popular queda bastante mal parada. La voluntad general no se propone hacer justicia sino simplemente vengarse de Nick. De este modo, Llamad a cualquier puerta recoge, unos dos siglos después, el testigo de Cesare Beccaría y la crítica ilustrada a la inutilidad y brutalidad de ciertas prácticas empleadas por los encargados de administrar la justicia

En principio, cabría pensar que Llamad a cualquier puerta es una novela naturalista, a causa de la abundancia de detalles y al excesivo poder atribuido al ambiente. Sin embargo, encontramos una serie de elementos que, a nuestro juicio, la aproximan más a la tradición realista.  Así, la influencia del ambiente no es total pues a Nick se le presentan ciertas oportunidades para lograr una ciudadanía normal: encuentra trabajo, amigos y chicas relativamente bien situadas o con la mente ordenada que le aman. Y es que una de las críticas que se le suelen hacer al naturalismo – en este sentido remitimos, por ejemplo a los ensayos dedicados por el filósofo húngaro Gyorgy Lukács a Zola y sus imitadores - es que elabora sólo tipos humanos mediocres, esto es, que no discrimina entre los personajes, los cuales quedan reducidos a marionetas movidas por los impulsos más primarios y por la codicia, salvo que se trate de seres pusilánimes[1]. Motley también nos presenta trayectorias positivas, como las de Enma y Julián, auténticos héroes de la cotidianidad: o el escritor reformista Grant que, desde que conoció a Nick en el reformatorio, se mantiene firme en el empeño de enderezar la trayectoria del joven; entre los propios pillastres se nos configuran tipos dotados de nobleza y coraje sin por ello perder apariencia de realismo. Además, el final está construido de tal manera que inspirará en muchos lectores un genuino sentimiento catártico: y se apela a la compasión, la amistad y la comprensión entre los seres humanos, lo cual marca una apreciable distancia respecto de la tradición naturalista o, al menos, en su versión más plena.

Eso sí, hay un acontecimiento en la vida de Nick que resulta clave y determinante: su estancia en el reformatorio cuando era adolescente, en donde su carácter recibe una impronta cuya rigidez adquirirá más consistencia y poder que las relativas e inciertas oportunidades que, posteriormente, se  abrirán ante él. Una vez que en los adolescentes se establecen ciertos hábitos, éstos pasan a formar parte de su ser tan profundamente, que nos resultará casi imposible desalojarlos de su espíritu. Esta idea ha sido muy bien asimilada por Willard Motley quien la traduce más que aceptablemente en esa irreemplazable forma de conocimiento que es la novela.

Al igual que otras muchas novelas norteamericanas de entonces, Llamad a cualquier puerta ha adquirido mucha más celebridad en la versión cinematográfica homónima, dirigida por Nicholas Ray en 1949 y protagonizada por Humphfrey Bogart. Se trata de un film que, pese a recoger lo esencial del crudo mensaje que preside la novela, dista bastante de reflejar toda su riqueza, pues, entre otras cosas, introduce una serie de modificaciones que liman un tanto alguna de las hirientes asperezas contenidas en el texto literario.

 



[1] Cfr. Lukács, G. Ensayos sobre el realismo, Buenos Aires, Ediciones Siglo XX, págs 31-33 y 11-125, y "La fisonomía intelectual de las figuras artísticas", en Problemas del realismo, México FCE, 1966, págs 125-171.

1 comentario:

Poncio Pilato dijo...

Ese mensaje de que quizas la de mayor peso de mayor peso en la responsabilidad del comportamiento de este delincuente hay que atribuírsela a la sociedad..., suqye siendo de actualidad en este mundo capitalista que a nadie le importan las persons si hay ganancias pro el medio.
Ni siquiera el mismo Estado que debiera de velar por sus ciudadanos!