- Título: La piqueta
- Autor: Antonio Ferres (n 1924)
- Año de publicación: 1959
- Edición: Viamonte, Madrid 2002. 227 págs.
Entre la constelación de novelas que a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta se propusieron reflejar los principales problemas de la sociedad española del momento, La piqueta destaca por su talante decididamente crítico. El tema central que aborda esta obra es la dificultad de muchas familias para acceder no ya a una vivienda digna sino, simplemente, a una mísera chabola. Este problema constituye el núcleo de otras novelas escritas por aquellos años como, por ejemplo, En plazo, de Fernando Ávalos o La patria y el pan, de Ramón Nieto.
Nos narra la historia de una familia de emigrantes andaluces que se instalan en una chabola en la zona del barrio madrileño de Orcasitas, construcción que deberá ser derribada por haber sido levantada ilegalmente. La trama principal se va alternando con dos historial que, si bien se presentan como paralelas, terminan integrándose en ella: por un lado, la historia de amor que se entabla entre la todavía adolescente Maruja, la hija mayor del matrimonio de emigrantes cuya chabola está previsto sea derribada, y Luis, un mecánico algo mayor que ella; y, por el otro, las andanzas de tres señoritos, López, Jesús y Hernando, que trabajan como técnicos en una fábrica de bombillas en la que trabaja Juana, una vecina de Maruja, que es seducida por uno de ellos.
Como es muy común en este tipo de novelas que se proponen denunciar la injusticia social y, sobre todo, si corresponden a la primera mitad del siglo XX, los personajes están moldeados conforme a una ideología bastante predecible, pues son tipos, esto es, condensan los rasgos más característicos de determinadas clases o grupos sociales.. Así, Andrés, el padre, que desde un pueblo de Cáceres, probablemente de las Hurdes, emigró a Jaén, en donde conoció a su mujer, es un obrero no cualificado que si bien, al principio, ante el anuncio del desahucio, responde de manera optimista, finalmente, busca refugio en el alcohol y se deja arrastrar por la desesperación. Luis, obrero cualificado, es el personaje más positivo de la novela ya que, lejos de dejarse llevar por el desánimo, se pone en contacto con los padres de Maruja con la finalidad de disipar las reservas que éstos guardan hacia él y se responsabiliza de la chica, El polo opuesto está representado por los tres señoritos que para evadirse del hastío que preside sus vidas, se dirigen a los barrios bajos en busca de jovencitas a las que seducir, para deshacerse de ellas una vez satisfechos sus impulsos sexuales más superficiales.
Pero no nos engañemos, Ferres tan sólo nos deja algún que otro resquicio para la esperanza, ya que la mayoría de los personajes, pese a mostrar su indignación por el inminente derribo, a la hora de la verdad responden con un no menos indignante quietismo. Y es que no sólo se ven impotentes para emprender acciones colectivas, sino que, además, por lo general, ni tan siquiera son capaces de poner en práctica las pocas conductas individuales de generosidad que están en sus manos; así salvo la excepción que confirma la regla, los compañeros de Andrés, que se habían propuesto impedir el derribo, no hacen acto de presencia; y Remigio, un vecino que dispone de una importante suma de dinero ahorrada, cuando llega la piqueta, se refugia en su casa cerrando puertas y ventanas, en un intento de negar la realidad circundante.
Maruja es a nuestro juicio el personaje más logrado, debido a que la configuración de su carácter es la más acabada y, sobre todo, a la humanidad con la que refleja la perplejidad ante la gran ciudad que aqueja al emigrante sin recursos. Ella ha de sortear el cortejo indecente del grupo de señoritos, uno de los cuales le ofrece un trabajo a cambio de ciertos favores; o la xenofobia de alguno de sus vecinos: "Algunos dicen que los de los pueblos habéis llegao a comernos el pan" (pág. 51). Hasta las cosas relativamente menos importantes le suponían un considerable esfuerzo:
"Le ahogaba pensar en el baile. Algunas veces todo se le antojaba como lleno de dificultades, de trabajos. Pensó que para el domingo próximo sólo tenía la blusa que le dieron en la parroquia del pueblo hacía dos años, pero que le valía aún" (pág. 57)
La piqueta
es un valioso documento crítico-social traducido en arte. Además de mostrarnos la implacable dinámica social que obliga a los jornaleros de las zonas más meridionales, que sólo tienen trabajo en época de recolección, a trasladarse a las grandes ciudades, en las que su escasísima cualificación profesional tan sólo les permite malvivir, pone de manifiesto las añadidas dificultades que se ciernen sobre la mujer, lo cual queda ejemplificado por la proposición de empleo que López oferta a Maruja y el ambarazo de Juana..Destaquemos igualmente el acierto en la plasmación del lenguaje y ambientes de las clases bajas Especialmente tangibles resultan las descripciones de ese peculiar espacio en el que se entreveran lo urbano y lo rural:
"El campo brillaba con la mañana de primavera. Era esa mezcla de campo y de pueblo; el escampao revuelto de casuchas. Las posibles calles caían en cuestas suaves. Las paredes parecían más rojas o más blancas a la luz del día; algunas enseñaban los agujeros de sus ladrillos huecos, las celdillas, porque no estaban revocadas y parecían panales de miel, colmenas abiertas" (pág. 50).
"Se notaba el olor podrido del cieno. Un arroyo de aguas turbias pasaba por en medio del prado, venía de las cloacas de la carretera de Toledo y daba vida a la hierba diminuta, provocaba la fermentación de la tierra. Así se había formado aquel campo" (pág. 76)
Javier Alfaya, en la introducción que escribió para la edición de Viamonte, sugiere una lectura política de La piqueta, pues los episodios de exclusión social no aparecen como consecuencia de un destino inexorable sino como el resultado de un cierto orden político. Claro que se trata de un mensaje muy implícito. Todo parece indicar que los vecinos que padecen la pobreza son perdedores de la guerra civil: así, hablando de la guerra, un niño le dice a otro "Mi padre era capitán" (pág. 219).
De este modo, la piqueta cuya sombra se cierne sobre la chabola de Andrés y su familia podría interpretarse como un símbolo no sólo de la opresión sobre las clases más desfavorecidas sino también de la continua represión de la dictadura franquista. Frente a ella, la pasividad de la mayoría de la sociedad que prefiere centrar su atención en pequeños detalles, cerrando los ojos ante lo que verdaderamente importa. Ejemplificando esta actitud de indiferencia, quienes asisten al anunciado derribo optan por detenerse en sus propios pensamientos o por dirigir una mirada morbosa al fontanero que aprovecha la confusión para propasarse con la mujer que tiene más a mano, y los guardias que representan el orden establecido mantienen una conducta en cierto modo análoga pues:
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