sábado, 13 de julio de 2013

el Capirote

 

  • Titulo: El capirote
  • Autor: Alfonso Grosso (1928-1995)
  • Año de publicación: 1964.
  • Edición: Barcelona, Seix Barral, 1974,  210 págs.

 

Alfonso Grosso, uno de los representantes de la novela social cultivada por la generación del medio siglo, cuya obra más célebre sigue siendo La zanja, aparecida en 1961, nos ofrece en El capirote un descarnado testimonio de la miseria material y espiritual que atenaza a gran parte del pueblo andaluz, en especial a los jornaleros del campo y sus familias, a mediados del siglo XX Esta obra está protagonizada por Juan Rodríguez López, natural de Écija a quien en la primera parte del relato nos lo encontramos como recolector de arroz en las marismas de la desembocadura del Guadalquivir. En la posada en la que pernocta junto a otros miembros de la cuadrilla de trabajadores de la que forma parte, se produce un robo del cual Juan es acusado sin evidencia de ningún tipo, pues gran parte de la fuerzas del orden y de la población encuentran razonable el hecho de considerar sospechosos de cualquier delito a los trabajadores procedentes de otros pueblos Trasladado al cuartelillo de la Guardia Civil, Juan, llevado por la fuerte presión psicológica a la que es sometido, así como por el miedo a ser torturado – en este punto la novela no es suficientemente explícita – se confiesa como el autor del robo. Pese a que, ante el juez, se declara inocente, es conducido preventivamente a la Prisión provincial, en la que pasa varios meses – la segunda parte de la novela -, en espera de un juicio que nunca llegará, pues en el momento más inesperado, un domingo a última hora de la tarde, y sin recibir explicación de ningún tipo, es puesto en libertad.

 

"No se le obligó a pasar por la oficina, porque la oficina estaba ya cerrada, ni a ira  la recepción, ni se le dijo nada, ni nada se le explicó de que fuera precisamente a cruzar de nuevo  el muro. Se le dijo sólo ""Anda"". Como si exactamente no se tratara de cerrar el paréntesis de ciento ochenta y tres días con sus ciento ochenta y dos noches, sino más bien de un indiferente gesto  de familiaridad, igual que una madre podía decir a un hijo o un hijo a una madre, o un hermano a otro hermano, como si este fuera el lenguaje natural  a emplear" (pág. 130).

 

 La tercera parte transcurre en las calles de Sevilla, ciudad en la que Juan vive como buena mente puede con las míseras ganancias que obtiene con pequeños trabajos eventuales: cargador en los muelles, repartidor de propaganda. Cuando llega la Semana santa, a Juan se le presenta la oportunidad de aumentar un tanto sus ganancias trabajando como costalero en las procesiones, pero el paso por la cárcel, aunque su novia se empeñe en concienciarse de lo contrario, no constituye un episodio de los que se pueda hacer borrón y cuenta nueva, máxime, cuando, como en su caso, se ha deteriorado seriamente su salud.

Las referencias a la explotación del hombre por aquellos semejantes que ocupan una posición más elevada en el ser social impregnan toda la novela. Frente a este orden de cosas se posicionan la mayoría de los personajes, principalmente de manera teórica, pero, ocasionalmente, poniendo en práctica su visión del mundo: como hace el capataz Genaro Infantes al desbaratar los arbitrarios propósitos del conductor de la camioneta encargada de transportar a los trabajadores arroceros. Básicamente, en El capirote se dramatizan dos ideologías contrapuestas: por un lado,la que confiere rango natural al orden social vigente y, por el otro, la que mantiene la esperanza en otro mundo posible,  regido por una ética  más altruista y comunitaria. La primera de estas cosmovisiones estaría encarnada, entre otros, por el conductor de la carriola encargada del traslado de los segadores, por los guardias civiles Puebla y Ordóñez, así como por  Pepe y la cocinera de la casa en la que trabaja la novia de Juan. Así, cuando Juan le plantea a Pepe la posibilidad de regresar al campo guiado por la esperanza de que las tierras vuelvan algún día al pueblo, sus legítimos propietarios, éste se coloca en las antípodas de todo utopismo comunitario: "Billetes es lo que necesitamos y no tierras ni puñetas. El mundo está hecho como es y no vamos a cambiarlo nosotros Tú espabila" (pág. 182). Especialmente descorazonador resulta el consejo que la cocinera le da a la novia de Juan respecta al deseo de la chica de contraer matrimonio:

 

"El no puede darte nada. Nadie puede dar nada estando la vida hecha como está. Mientras estés aquí, al menos nunca te faltaré el plato de comida y la cama caliente en el invierno, y la salida cada quince días y un hombre cuando lo necesites y lo quieras sin entregarle más que lo que puedas darle porque cuando se es pobre no se es siquiera dueña del corazón. Todo marcharía bien el primer año. A cambio de lo mal que marcharía después el resto de la vida".(pág. 156).  

   

Y el caso es que la joven, ya en la cama no tiene más remedio que reconocer que en su condición de sirvienta consiguió por primera vez una cama para ella sola, pues en el campo la había tenido que compartir bien con  su madre, bien con sus hermanas o con sus sobrinos, peleándose en invierno por atrapar un resquicio de calor  y en verano por una ráfaga de aire.

La visión vagamente comunitaria que se perfila como alternativa y que constituye la perspectiva filosófica general de la novela, la hereda Juan Rodríguez del capataz Genaro infantes: está basada en el compañerismo, la cooperación y en una especie de derecho primigenio de todos los hombres a poseer una parcela de tierra para trabajarla, en oposición al latifundismo reinante en Andalucía.

La perspectiva ético-política que vertebra la novela que estamos comentando aparece reforzada por uno de los personajes más humanos, el número de la Guardia Civil Antonio Gómez del Real quien tanto cuando se interna en sus pensamientos como en las conversaciones que mantiene con sus compañeros evidencia una moral aceptablemente postconvencional que se distancia del convencionalismo de éstos. Gómez del Real vio en el Cuerpo uno de los pocos refugios en los que a hombres procedentes de familias humildes como la suya les era posible resguardarse de los atropellos que contra los pobres cometen los poderosos .Como muestra de la relativamente más amplia visión del mundo de este personaje, remitimos al lector a sendas conversaciones que mantiene con su compañero Ordóñez  respecto a unos empresarios italianos y a las pretensiones de Emeterio, otro compañero, de casarse con una chica sobre cuya reputación se ciernen ciertos prejuicios. 

Para concluir esta reseña, hagamos una somera referencia a dos temas íntimamente relacionados: la conexión entre cultura y barbarie y la Semana Santa Sevillana. En El capirote no se sostiene como una tesis general que los documentos de cultura sean a la vez documentos que reflejen la barbarie, pero sí cómo la cultura, al menos ocasionalmente, se levanta sobre el sudor de los más desfavorecidos. Así, al pasar custodiado por la pareja de la Guardia Civil junto al monumento al Sagrado corazón  situado en San Juan de Aznalfarache, Juan recuerda que su padre falleció precisamente como consecuencia de un accidente en la construcción de dicho monumento:

 

"Seguía la huella de la mano de su padre en cada piedra, en cada ángulo, en cada vértice de la gran escalera, y la sombra de la ancha mano campesina continuaría allí mientras cada piedra del monumento siguiera en pie. Y creciera en la falda de la colina el arrayán y la grama y el romero. Y aunque dejaran de crecer algún día, porque mientras floreciera un solo naranjo, y en la fachada pincelada de añil en cada zócalo, en la colina quedaría la huella de su trabajo y de su sudor y de todos los esputos de su sangre y de su pecho (pág. 79).

 

No parece que nos encontremos ante una novela que pretenda cuestionar la existencia de Dios, núcleo de toda reflexión radical sobre la religión, pero Grosso es implacable al plasmar alguna de las manifestaciones de lo religioso en su versión más popular, como es el caso de la Semana Santa de Sevilla  como un espectáculo y un negocio más en el que se refleja claramente el sistema vigente de clases sociales. Es significativo el caso del terrateniente que, para mantener las apariencias, va de penitente, sabiendo que a la vuelta de la esquina le esperan todo tipo de comodidades y placeres, entre ellos el disfrute de los hijos de aquellos campesinos - la mayoría - que precisan de él determinados favores.